Sabemos que nuestro vínculo y experiencias con los cuidadores en nuestra infancia determina o estructura nuestra personalidad.
El trauma oculto son esas «pequeñas» experiencias cotidianas que dejan una huella emocional dolorosa en el niño y que es acumulativo, normalizado. En la adultez se racionaliza cuando es conciente, pero en general es poco conciente por lo que se hace mas difícil de analizar y descubrir tanto para la persona como para el terapeuta. Por ejemplo el ser rechazado o despreciado por alguien que debía entregar amor es una herida traumática, esto genera síntomas físicos, emocionales, tristeza que no se sabe de donde viene, ya que al ser normalizado no hay un evento clave o único que marque un antes y un después, esto por que ha sido consecutivo en el ciclo vital. La constante crítica explícita o implícita es otro ejemplo de trauma oculto y de cómo esta manera de vincularse de un adulto hacia un niño genera un impacto negativo en el futuro de la relación con otros y consigo mismo.
Otros síntomas tanto en la infancia como en la edad adulta son angustia al ir a dormir; desregulación emocional, dificultades en las relaciones de pareja, un vacío emocional dentro que no se puede explicar, una sensación de que falta algo y no se sabe qué .
El trauma oculto genera creencias desadaptativas y no realistas sobre uno mismo y su relación con el resto, este tipo de trauma es difícil de recordar(al ser normalizado), se niega, se aleja de la conciencia.
Un sentimiento de no ser visto, de no ser importante, de no estar a la altura, de ser un estorbo, una molestia para otros…
Todo eso genera el trauma oculto y la responsabilidad cae en la falta de educación emocional de padres, en la ignorancia de un sistema educativo que no toma en cuenta las emociones, el reconocimiento y regulación de las mismas.